Una mujer vive en la muerte; otra, se muere en vida

La violencia en México sigue cobrando vidas pese a la presencia de autoridades, y la urgencia es pacificar el país más allá de investigar delitos.



Desde el 1 de noviembre que fue ejecutado el presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, se ha multiplicado la organización de marchas, mítines y plantones, no sólo para exigir el esclarecimiento de los hechos, sino para que resuene la queja y el hartazgo de que esta y otras agresiones, como la del empresario limonero Bernardo Bravo, nunca debieron haber sucedido.

Este debe ser el tema central. Nos queda muy claro que el hoy secretario de Seguridad federal es un experto en investigación; que sus números en resolución de casos no dejan lugar a duda. Sin embargo, una política de seguridad proactiva no se basa exclusivamente en extraer a los generadores de violencia que, además, en México, se cuentan en miles y en continua reproducción.

No señalaré lo que Manzo, Bravo y una centena de presidentes(as) municipales solicitaron a las autoridades para no ser parte de los 10 mandatarios ejecutados; tampoco en el sentido de dar protección personal a los 113 presidentes en el estado, y menos a los 2,469 de las demás entidades federativas, puesto que ni alcanzaría el estado de fuerza nacional ni resolvería el fenómeno de la seguridad. Aun así, sería inútil. Recordemos que Carlos contaba, según el gabinete de seguridad, con al menos tres círculos de protección.

El tema central, y que la hoy Presidenta de la República no ha querido entender, es que la justificación ante las tragedias que llevan nombre y apellido, de ya cerca de 20 mil personas muertas y 6 mil desaparecidos, no se resuelve con el esclarecimiento de los hechos y sumando miles de detenidos bajo incidencias delictivas poco claras.

Esta actitud poco empática y desafortunada de la Presidenta de la República, argumentando que el hoy finado traía protección federal, o que las manifestaciones locales, hoy estatales y nacionales, son organizadas por una “ruin” oposición, la pone a la altura de su odiado oponente Felipe Calderón, que, cuando estuvo ante una situación similar, actuó de la misma manera al justificar sus operaciones carentes de estrategia: “¿…Qué querían que hiciera?”, dijo públicamente ante su víctima predilecta, Javier Sicilia.

Ha tenido que salir Grecia Itzel Quiroz, esposa de Carlos Manzo, cargando con la reciente muerte de su compañero de vida, sabedora de lo que viene para sus menores hijos. En un discurso colmado de emotividad, sin rencores, ni siquiera acusaciones, dio un mensaje de fuerza contundente ante la inseguridad, lo que le valió ser hoy la presidenta municipal. Una esperanza de vida frente a la muerte, ante una mandataria federal que tiene el riesgo de morirse en vida si no ajusta su postura y actitud ante la trágica inseguridad en México.

Sí, está bien que se combata la impunidad resolviendo delitos, es un paso importante, pero lo urgente es pacificar al país, y lejos estaremos si sólo se concentra el gabinete de seguridad en resolver investigaciones e informar que la incidencia baja todos los días.

La sociedad civil qué prefiere: ¿acciones contundentes en seguridad? O investigaciones que, se dice, generarán la pacificación a muy largo plazo.

No nos confundamos, mientras no se decida tomar el control territorial criminal para regresar a sus legítimos propietarios campos, siembras, negocios y empresas, no bajará la violencia, y continuarán las ejecuciones con la finalidad de aterrorizar a la población y obtener las ganancias incalculables que hoy poseen.

Sin embargo, para ello deberán combatir ese fantasma que mantiene congelada a la Presidenta de todos los mexicanos, al pensar que por desplegar la fuerza pública en el uso legítimo de la misma serán calificadas como “masacres”.