Por más que se quiera disfrazar de esfuerzo, la realidad acaba imponiéndose en el ruedo. Y este miércoles, en Las Ventas, la realidad fue tozuda. Se impuso con una claridad dolorosa. La corrida de Lagunajanda, desigual en su presentación, escasa de casta y venida a menos casi desde los primeros tercios, fue un muro difícil de escalar para una terna que ofreció más voluntad que acierto. Se vivió una de esas tardes planas, desvaídas, donde el tiempo se alarga y la emoción no termina de llegar. La plaza, con su silencio rotundo y su juicio severo, lo entendió antes que nadie.
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Alejandro Peñaranda, que confirmaba alternativa, fue lo más destacado del festejo. No porque su actuación fuera rotunda —no lo fue—, sino porque dejó ver algo que escaseó durante toda la tarde: frescura, compromiso sincero y un concepto por pulir que merece continuidad.
Salió al ruedo con seriedad y sin aspavientos, y tras la ceremonia de confirmación brindó al público, comprometiéndose sin palabras. En su primero, “Vinatero”, de 545 kilos, comenzó con inteligencia, pegado al Tendido 7, terreno comprometido y de verdad. Hubo un inicio de faena con colocación y buenas maneras por el derecho.
El toro, sin embargo, no aguantó mucho. Fue a menos con una rapidez desmoralizante. Peñaranda, aun así, no se desesperó. Se mantuvo firme, trató de alargar una faena que no tenía fondo, e intentó conectar por insistencia más que por lucimiento. La espada le negó el premio. Fue ovacionado con respeto, porque la plaza supo ver el esfuerzo y, sobre todo, la disposición.
Pero lo mejor llegaría en el sexto. Un toro que salió suelto, sin fijeza, y que nunca terminó de entregarse. Aun así, Peñaranda fue construyendo, sin prisas, una faena de menos a más. Inició por abajo, rodilla en tierra, y con eso ya se ganó la atención del tendido. Luego lo sacó con temple y lo llevó a los medios, dándole sitio, dejando ver que sabía lo que tenía delante. Por el derecho logró una tanda que conectó, en la que aprovechó la inercia del animal con limpieza. Siguió con otra en la que bajó más la mano, y ahí ya se le sintió más metido, más dueño del momento. El toro se paraba al tercer pase, pero él supo tirar de oficio para mantener el hilo. Faena de pinceladas, sin alharacas, pero auténtica. Llegó a los tendidos, y cuando mató con acierto, Madrid respondió. No hubo trofeo, pero sí un mensaje claro: hay torero.
Todo lo contrario ocurrió con Manuel Escribano. Es preocupante la deriva de un torero que, con condiciones y valor, ha optado por convertir su concepto en un catálogo de efectos especiales que cada vez convencen menos. Su primero, “Triguero”, fue un toro con genio, áspero, que exigía mucho temple. Escribano lo recibió con verónicas tibias, y fue Joselito Adame quien destacó en el quite, con chicuelinas ceñidas y de buen trazo. Luego vino el espectáculo del sevillano en banderillas, donde, como es habitual, dejó tres pares buenos, reunidos y con solvencia. Pero la faena de muleta fue otra historia. El viento molestó, el toro punteaba, pero el planteamiento fue correcto: bajó la mano, trató de llevarlo largo. El problema es que nada de eso terminó de cuajar. El toro terminó humillando, pero sin emoción, y Escribano no encontró ni ritmo ni continuidad. Se le fue la mano con la espada, y se esfumó lo poco que había construido. Palmas al toro, indiferencia al torero.
Y luego llegó “Vengador”, su segundo. Escribano lo recibió a porta gayola, buscando ese impacto inicial que tan bien maneja. Fue un gesto que pareció más dirigido a la galería que a la lidia. Luego vinieron las banderillas, donde volvió a mostrarse eficaz. Pero la faena fue de absoluta insignificancia. El toro no sirvió, es cierto, pero Escribano no lo intentó de verdad. No se cruzó, no buscó la faena por abajo, no cambió alturas ni ritmos. No tocó ninguna tecla. La faena se convirtió en un ir y venir sin alma. Ni un muletazo que se quedara grabado. Un trámite. La sensación que dejó fue la de un torero que ha convertido su paso por Las Ventas en un rito repetitivo, sin evolución, sin riesgo real. Y eso, en Madrid, se paga caro.
Joselito Adame fue, quizá, el que más empeño puso. En su primero, “Papelero”, quiso desde el capote. El viento le molestó en los inicios de faena, pero encontró una primera serie por el izquierdo con mano baja y cierto mando. El toro tuvo ritmo y casta, era un animal para hacer faena, pero Adame no terminó de cogerle el aire. Se quedó en esbozo, en un intento prometedor que no maduró. Cuando la faena empezaba a tomar forma, llegó la espada para malograr todo. Faena corta y desperdiciada.
Con el quinto, un toro complicado que echaba la cara arriba y mostró genio en varas, se vio al mejor Joselito. El quite fue variado, con espaldinas, chicuelinas y tafalleras. Brindó a la gobernadora de Aguascalientes y a su ganadero, y se fue al Tendido 7. Inició con suavidad, lo llevó a los medios, y allí, por el derecho, se asentó. El toro exigía colocación y firmeza, y Adame lo intentó. Por el izquierdo la embestida fue bronca, pero aun así se cruzó, buscó el pitón contrario y trató de pulir lo que era puro desorden. Hubo mérito, sin duda. El problema fue el de casi toda la tarde: no hubo dos embestidas iguales, y así es difícil construir. Mató con una buena estocada, pero sin que el conjunto tuviera el peso necesario para levantar el tendido.
Al final, solo Peñaranda logró elevarse por encima del tedio general. No por deslumbrar, sino por ofrecer autenticidad. Ni Escribano ni Adame —ambos con experiencia y nombre— estuvieron a la altura de una plaza que exige más que voluntad. Madrid no perdona la superficialidad, ni la repetición vacía de gestos sin fondo. La tarde se marchó sin historia, sin emoción verdadera, sin la música que debe nacer del toreo bien hecho. Porque aquí no basta con salir a cumplir. Aquí hay que dejar huella. Y cuando no hay toro, ni toreo, ni verdad… no hay nada. Ni puerta, ni gloria, ni recuerdo.
FICHA TÉCNICA
Plaza de toros de Las Ventas (Madrid)
Vigesimotercer festejo de la Feria de San Isidro
Miércoles, 4 de junio de 2025
Entrada: 17,783 espectadores
Toros de Lagunajanda, desiguales de presentación y de juego, generalmente deslucido, a excepción del sexto, que permitió lucimiento parcial.
- MANUEL ESCRIBANO: silencio tras aviso y silencio.
- JOSELITO ADAME: silencio y silencio tras aviso.
- ALEJANDRO PEÑARANDA, que confirmó la alternativa: silencio tras aviso y vuelta al ruedo.

Alejandro Peñaranda fue lo más destacado del festejo. | Fotos Manolo Briones 





















