Todos los países guían su seguridad nacional por una agenda de riesgos que calculan con base en las amenazas que identifican, la vulnerabilidad que presentan ante ellas, el estado de peligro que representa cada una (riesgo) y el impacto y frecuencia que genera en su territorio, población y gobierno que determina su continuidad y existencia.
Derivado de lo anterior, los países emiten una matriz de riesgos y califican éstos en una agenda con sus respectivas afectaciones a los campos del poder nacional, que son todos aquellos sectores públicos y privados que generan vida, productividad y desarrollo de un país que permite que un Estado nacional ocupe un tiempo y un espacio en el mundo mediante la identificación y reconocimiento de su existencia, independencia y soberanía.
Se reconocen seis campos del poder nacional: el económico, político, social, militar, diplomático y tecnológico. Cuando alguno o más de éstos se ve seriamente afectado en su viabilidad y desarrollo puede comprometer la seguridad interior o nacional de un país.
¿Por qué explico esto? En días pasados se publicó en Newsweek un mapa hipotético que muestra cómo se podría dividir el mundo en caso de que sucediera una tercera guerra mundial.
Recordemos que las guerras que han comprometido a la mayoría de los países en el mundo surgen por conflictos entre los campos del poder señalados; el actual conflicto que se vislumbra es una especie de “guerra fría económica” entre tres participantes que representan la hegemonía política y económica global: China, Rusia y Estados Unidos, países que se han repartido el mundo de acuerdo con una visión geoestratégica y económica, considerando las conexiones marítimas representadas por los canales existentes y los que entrarán en operación en los siguientes años, donde México contará con uno (interoceánico) y Brasil otro.
Rusia está interesado en el canal brasileño y los estadounidenses en el mexicano; cada país latinoamericano tendrá que decidir con qué potencia se alía.
El caso mexicano se antoja interesante y peligroso a la vez. Sabemos de la tensa calma mundial que representa la política económica del presidente Trump y que ha creado en el horizonte próximo esta hipotética guerra comercial. En este contexto, bajo ese pretexto, el mandatario ha puesto sumo interés en la migración y delincuencia organizada mexicana y señala un ataque por parte de estos dos fenómenos a los seis campos del poder nacional estadounidense, es decir, a su seguridad nacional.
Por ello, ha comenzado con la invasión a la soberanía nacional de diferentes formas, desde la perspectiva diplomática, militar y económica hasta social, disfrazada de cooperación bilateral.
Sea con intercambio de información que lleve a la búsqueda, localización, identificación y extradición de líderes criminales capturados o por asegurar; por interrumpir intempestivamente la migración o el tráfico del mortal fentanilo; por desplegar 10 mil elementos de la Guardia Nacional para controlar el cruce ilegal, pareciera no ser suficiente.
Si bien es cierto estamos hartos de la delincuencia organizada en todas sus modalidades, a tal grado de ver con cierto dejo de agrado una injerencia extranjera de cualquier naturaleza, también lo es que no se ha visto en la historia contemporánea del país un esfuerzo inédito de cooperación con el vecino país en materia de seguridad.
¿No será, estimado lector, y de acuerdo con la historia de nuestros amables vecinos estadounidenses, que se esté utilizando a la migración y la delincuencia organizada como pretexto para obligar a nuestro país a un sometimiento más obligado que el que se ha tenido para explotar y competir con la alianza Rusia-Brasil en su futuro canal? ¿Empezar a ser parte obligada de esta tercera guerra comercial?
Bernardo Gómez del Campo. Asesor en seguridad integral
@BGomezdelCampo