MIGUEL ÁNGEL FERRER
La derecha mexicana acaba de perder su último bastión: el Poder Judicial. Ahí se había hecho
fuerte en los últimos seis años. Parecía una fuerza inconmovible del viejo régimen pripanista.
Pero a golpe de votos tuvo que entregar la plaza.
El pueblo no puede, sin embargo, cantar victoria. El conservadurismo sigue siendo muy
poderoso. Se sustenta en una amplia fuerza económica, política, ideológica y electoral. Esta
última cuenta, según todos los indicadores disponibles, con algo así como dieciséis millones de
votos.
Pero esa cantidad de sufragios no le alcanza para echar del gobierno a la Cuarta
Transformación (4T). Y es muy claro que no se encuentra en condiciones de aumentar su
caudal de votos.
Y tampoco hay visos de que la 4T pueda perder gas. Al contrario. Es evidente que esa fuerza
crece cada día que pasa. Y no menguará mientras el gobierno siga trabajando en favor del
pueblo.
Y también cada día que pasa es evidente que Claudia Sheinbaum y el movimiento popular que
la respalda no dan la mínima señal de un cambio de rumbo.
Cualquier cambio de rumbo significaría perder apoyo popular y, en consecuencia, fortalecer a la
derecha, cosa sencillamente impensable. De modo que la ruta es clara.
Es necesario ampliar y profundizar las medidas y políticas de carácter popular y, finamente,
revolucionarias del obradorismo. La consigna es y debe ser adelante, sin claudicaciones, sin
frenos, sin retrocesos.
Y con mayor razón ahora que el Poder Judicial ha tirado la toalla. Hoy el camino es más llano y
despejado que hace seis años.
Ante la nueva situación, la derecha está acudiendo a su recurso predilecto: el poder mediático,
Un poder hoy disminuido, mellado, oxidado, que ya no rinde los espléndidos frutos del pasado
pripanista.
Mientras tanto, no se observan visos de fractura en la sólida unidad entre gobierno, partido y
movimiento. O, dicho de otro modo, entre Claudia Sheinbaum, Morena y la 4T.
Esta es la tarea inmediata y urgente: mantener y reforzar la unidad de las fuerzas populares. Y
en este propósito la receta es la misma: más reformas para el beneficio del pueblo, de la nación,
de los movimientos sociales.
Y, al mismo tiempo, tanto en el ámbito nacional como en el campo internacional, mayor apego a
las políticas nacionalistas y anti imperialistas heredadas de las mejores épocas de la revolución
mexicana.
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