Uruapan: el eco de un país indefenso

El asesinato del alcalde Carlos Manzo expone la crisis de violencia e impunidad que enfrenta México.



El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, a manos de un joven de apenas 17 años vinculado al crimen organizado, ha estremecido al país entero. No sólo por la brutalidad del ataque, sino porque encarna la tragedia nacional de un Estado que ya no puede proteger ni a quienes lo representan.

El alcalde sabía que su vida corría peligro. Lo había advertido reiteradamente: pidió apoyo al gobierno estatal y al federal para enfrentar a las bandas criminales que asfixian a su municipio. Nadie respondió. Hoy su voz se ha apagado, y con ella se apaga también una parte de la esperanza de una comunidad que intentaba resistir a la violencia que la consume.

Una familia rota, una ciudad en duelo

Manzo deja huérfanos a sus hijos y viuda a su joven esposa, una mujer que —en un acto de valentía y entereza— ha sido designada por el cabildo como sucesora en la alcaldía. Su nombramiento es símbolo y herida: la política mexicana ha llegado al punto en que el luto se confunde con la responsabilidad pública. En su mirada se mezclan el dolor y la determinación de quien entiende que la muerte de su esposo no puede quedar impune ni olvidada.

El viernes pasado, Uruapan se volcó a las calles. Miles de ciudadanos marcharon con veladoras, pancartas y lágrimas para exigir justicia. Fue una movilización multitudinaria, una respuesta colectiva al miedo. En cada rostro había dolor, pero también dignidad. Ese mar de gente representa lo que el Estado ha dejado de ser: un escudo. Cuando las instituciones fallan, la sociedad se levanta, aunque sea con el corazón roto.

Un país sometido por la violencia

El crimen de Carlos Manzo no es un hecho aislado. Es una pieza más en el rompecabezas sangriento que el país parece incapaz de armar. En apenas trece meses del gobierno de Claudia Sheinbaum, México suma más de 28 mil homicidios dolosos. Cada cifra encierra una historia truncada, un hogar devastado, una promesa rota. Pero la tragedia se ha vuelto costumbre: los asesinatos de alcaldes, periodistas, médicos y maestros ya no conmueven, sólo llenan una estadística que nadie quiere mirar.

La pregunta es inevitable: ¿cuánto más debe soportar México para recuperar el control de su propio territorio? Las bandas criminales mandan en regiones enteras, cobran cuotas, deciden quién puede trabajar, quién puede vivir. Gobernar no es repetir discursos ni administrar la resignación; gobernar es proteger la vida. Y en eso México ha fracasado.

¿Quién cuida a la Presidenta?

Mientras los ciudadanos se preguntan quién cuida a sus alcaldes, otra interrogante surge con fuerza: ¿quién cuida a la Presidenta de México? La semana pasada, la propia mandataria fue objeto de un episodio de acoso en las calles de la Ciudad de México. Algunos sospechan que se trató de un montaje, otros lo ven como una falla de seguridad. Sea cual sea la verdad, el hecho revela una realidad alarmante: con la desaparición del Estado Mayor Presidencial, la figura presidencial quedó expuesta como nunca. Y si la Presidenta no está a salvo, ¿qué esperanza le queda al ciudadano común?

Un grito desde el corazón de México

La muerte de Carlos Manzo no debe reducirse a una cifra más en la estadística del horror. Es un grito que atraviesa el alma del país, un reclamo de justicia, de presencia, de gobierno. Representa el dolor de una nación que entierra a sus líderes, mientras el crimen avanza con impunidad.

Si la violencia se convierte en paisaje y la muerte en costumbre, entonces no sólo hemos perdido la seguridad: habremos perdido el alma misma de México.