En tiempos de transición política, los choques de visión no sólo son inevitables: son necesarios. Pero lo que hoy ocurre entre el expresidente Ernesto Zedillo y la presidenta Claudia Sheinbaum no es un simple debate de ideas. Es un diagnóstico frontal sobre el rumbo de la democracia mexicana.
Desde foros internacionales y publicaciones recientes, Zedillo ha levantado la voz con una claridad que pocos expresidentes se han atrevido a sostener en público. En su crítica, no hay ambigüedad: considera que la llamada cuarta transformación está demoliendo los contrapesos, vaciando de contenido al Estado de derecho y construyendo -paso a paso- una arquitectura de poder que se parece más a una dictadura que a una república funcional.
En una entrevista publicada por la revista Nexos, Zedillo afirmó: “Lo que han hecho López Obrador y sus cómplices en los últimos meses es realmente el final de la democracia mexicana”.
Sheinbaum, por su parte, ha respondido con firmeza, acusando a Zedillo de arrogancia y de representar los intereses del viejo régimen. “Ahora resulta que es el paladín de la democracia”, ironizó la Presidenta en la conferencia mañanera.
La preocupación del expresidente no surge del vacío. La reforma al Poder Judicial que propone elegir por voto popular a ministros, magistrados y jueces ha sido ampliamente cuestionada por expertos constitucionalistas. Zedillo ha sido tajante: “Ningún país realmente democrático elige así a sus jueces. Eso sólo lo inventan los dictadores para controlar al Poder Judicial”.
La otra gran alarma es la reforma de telecomunicaciones y radiodifusión. El paquete legislativo que propone crear una agencia centralizada que controle concesiones, plataformas digitales y datos personales ha sido leído como un intento de silenciar voces críticas y consolidar un aparato de censura encubierta bajo el lenguaje de la modernización tecnológica.
Zedillo, con todo lo que se le pueda cuestionar, representa una voz que conoce de cerca los riesgos de la concentración de poder. Durante su gobierno, se impulsaron reformas que dieron origen a instituciones que hoy están en riesgo: el IFE autónomo, la descentralización del Poder Judicial y la apertura del sistema electoral.
La respuesta del gobierno ha sido minimizar las críticas. Argumentar que la democracia ahora sí es del pueblo. Que se acabaron los privilegios de las élites. Pero la democracia no se mide sólo por el origen popular del voto, sino por la existencia de equilibrios, de libertades garantizadas, de instituciones que funcionan sin subordinación política.
Claudia Sheinbaum tiene la oportunidad de marcar un punto de inflexión. Puede seguir la ruta de su antecesor y profundizar en la concentración del poder. O puede escuchar las señales, abrir el diálogo y corregir el rumbo. Hasta ahora, ha optado por la continuidad. Pero el peso de la historia no perdona a quienes, pudiendo evitar el colapso institucional, eligieron ignorar las advertencias.
Zedillo ha encendido una alarma. No es el único que lo ha hecho. Pero su voz, por lo que representa, obliga al país a mirar más allá de la coyuntura. Porque si lo que está en juego es el futuro de la democracia mexicana, el silencio ya no es opción.
@GOrtegaRuiz




