Arrepentido Judas devuelve las monedas a cambio de la libertad de Jesús, y Claudia dice a Poncio su sueño

7, abril 2023

AIDA RAMÍREZ

Foto: Aracely Martínez / OVACIONES

Luego de que desde temprano inició el recorrido por ocho barros de todos quienes participan en la 180 representación del Viacrucis en Iztapalapa, hasta la macroplaza llegaron personas descalzas, con chanclas o huaraches ligeros.

Pero además, otros decidieron cargar su cruz, así como niñas con ropas de nazarenos -que antaño sólo la portaban los niños-, y que ahora también decidieron cargar su pequeña cruz.

Al filo del mediodía, en uno de los dos escenarios ubicados en la macroplaza Cuitláhuac, se llevó a cabo el concilio del sanedrín -consejo supremo de judíos o israelíes-, donde discutían lo que harán con Jesús.

Llorando, llega Judas al lugar, a devolverles las 30 monedas por las que vendió a Jesús, y pedirles lo dejen libre.

Entonces, el sanedrín decide traer a Jesús para que reciba su castigo, 40 latigazos.

Al tiempo, Claudia –su esposa- cuenta a Poncio Pilato su sueño de cómo se condenará a Jesús, de la crueldad con que se le crucificará en el Gólgota.

Oficiales romanos junto con otras autoridades acuden hasta la cárcel por Cristo (Uriel González de 24 años, del barrio de San José, y quien su abuelo representó a Jesús en 1993), quien estuvo acompañado por el arcángel, y sale de ahí, escuchándose los clarines y fanfarrias.

Llega a la macroplaza, para ser presentado ante Poncio Pilato (Juan Carlos Galicia) y ser acusado por Anán y Caifás, de “muchos delitos” como ser hijo de Dios y hacer milagros.

Anán y Caifás le exigen a Pilato emitir la sentencia, no obstante que lo tacha de manso, humilde, con apenas 12 seguidores, vestido apenas de lana, por lo que “el hombre no puede ser criminal”. 

 

 

E inicia su interrogatorio

-¿Eres el rey de los judíos? 

-Dices eso por ti mismo o te lo han dicho.

-¿Soy yo acaso judío? Te han puesto en mis manos. ¿Qué has hecho?

-Mi reino no es de este mundo, no debo inspirar recelo a tu señor, mi reino no es de aquí.

-¿Entonces eres tú rey? 

-Tú dices que lo soy, para eso nací, pero vengo a reinar en los corazones de los justos, a transmitirles la verdad, y quienes amen la verdad que escuchen mi voz.

-¿Qué verdad es esa de la que me hablas?

 

Las trompetas resuenan

A la par se escenifican bailes en la casa de Pilato, y al no encontrar delito alguno, Poncio Pilato lo envía con Herodes, en donde le exige haga algún milagro, para exculparlo y dejarlo libre.

El clima en Iztapalapa empieza a variar. Del calor abrasador, empiezan a llegar las nubes y un aire empieza a envolver la zona donde se escenifica el juicio de Cristo y a refrescar.

En la casa de Herodes, los integrantes el sanedrín exigen se le sentencie, en donde sólo el silencio se recibe por respuesta por parte de Cristo.

Lo señalan como primo de Juan a quien Herodes mandó degollar, el que predica en contra de sus leyes, pero también el que convirtió agua en vino.

Al no encontrar la respuesta con Herodes, regresan los integrantes del sanedrín con Poncio Pilato, quien asegura que no se le encuentra delito para juzgarlo.

Entonces, se decide que lo aten a un madero, y le castiguen con 40 azotes, primero con ramas de zarza y después con cueros. Los soldados se burlan de Cristo y “al rey de los judíos”, le ponen la corona de espinas.

Judas Iscariote aparece para aventar las monedas “que le queman las manos”, y que fueron con las que le pagaron el haber traicionado a Cristo en el huerto de Getsemaní.

 

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A Cristo, por su parte, lo regresan con Pilato y no puede creer lo que ven sus ojos, un hombre todo desfigurado, sangrando; los sacerdotes del sanedrín exigen castigo, la muerte por rebelión.

Ordena traer a Barrabás, uno de los más peligrosos delincuentes y promotor del movimiento en contra del imperio romano, pero los fariseos exigen libertarlo. Queda en libertad y agradece a Jesús.

Pilato no sabe qué hacer y “se lava las manos”, al señalar que sea el pueblo y el sanedrín el que decida el mejor castigo para Cristo.

Iniciará entonces el viacrucis de Cristo, de más de tres kilómetros y subir la pendiente hacia el cerro de la Estrella, símil del Gólgota en las orillas de Jerusalén, con un sol todavía descomunal que provoca un calor de casi 30 grados.