En una jornada llena de símbolos, Claudia Sheinbaum asumió la presidencia de la República ante un país esperanzado en que la llegada de una mujer a palacio nacional le cambiará el rostro a la política, dominada hasta ahora por hombres y sus prácticas patriarcales.
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Para esta fecha histórica, la presidenta con A, científica de izquierda, mujer de fe, como ella misma se describió, eligió un vestido color marfil, alejado de los colores de su partido, con un bordado hecho a mano por una artesana oaxaqueña en el ruedo de su falda, con un ligero vuelo.
Desde la sede los poderes de la Unión, la primera mandataria en la historia del país salió de su casa al sur de la ciudad, para llegar al palacio legislativo de San Lázaro, en un trayecto en el que constantemente sacaba las manos para saludar a los cientos de personas que se congregaron en cada esquina a su paso.
Además, privilegió a las mujeres en la ceremonia. Sólo mujeres formaron parte de las comisiones de cortesía que la recibieron y despidieron en la Cámara de Diputados. Asimismo, las cadetes que le rindieron honores y la acompañaron en tribuna eran únicamente mujeres.
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Una mujer le entregó la banda presidencial, bordada por una soldada. A sus 94 años años y con una salud evidentemente debilitada, la maestra Ifigenia Martínez encabezó brevemente la ceremonia de gobierno, aunque apenas si pudo ponerse de pie en el momento culminante del evento.
Otra mujer fue también protagonista, la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Norma Piña Hernández, quien pese al enfrentamiento con el Ejecutivo acudió a la investidura y estuvo en el presídium. Luego de las diferencias de la ministra con el anterior presidente, esta vez ambas mujeres se saludaron cordialmente, incluso de beso. Sin embargo, esa muestra de civilidad no obstó para que Sheinbaum advirtiera que la Reforma Judicial va y se aplicará, porque la democracia tiene que llegar también a ese sector.
Frente a Jill Biden, enviada especial de su esposo, el presidente de EU, Joe Biden, y presidentes y presidentas de varios países, Sheinbaum terminó su discurso entre aplausos y porras, mientras los legisladores de oposición cumplieron con su palabra y no hubo ni una sola manta, pancarta o grito para la recién ungida mandataria mexicana.
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Luego, de San Lázaro al palacio nacional, Claudia fue escoltada por militares y marinos, y tras un almuerzo con los invitados extranjeros, en el zócalo repitió la ceremonia que encabezó hace seis años López Obrador, y recibió el bastón de mando de manos de mujeres indígenas.
En el zócalo y ante cientos de miles de sus seguidores, delineó los cien puntos de su programa de gobierno, los que repitió a lo largo de su campaña electoral y luego en la etapa de la transición.
Aprovechó para adelantar lo que serán sus primeras reformas legislativas, la no reelección en cargos de elección popular y fin al nepotismo, para que familiares directos no puedan sustituir a sus parientes en los cargos.
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Tras el espectáculo musical, la ceremonia indígena y su segundo discurso en el abarrotado zócalo capitalino, Claudia Sheinbaum y su esposo, José María Tarriba, quien por momentos se mostraba desubicado y se quedaba atrás, regresaron a palacio nacional, donde vivirán por los próximos seis años.
Ahora, a partir de este miércoles, Sheinbaum develará su personal estilo de gobernar y comenzará por rememorar la masacre del 2 de octubre de 1968, para luego viajar a Acapulco para supervisar las tareas de apoyo a los damnificados por el paso del huracán John.