Coleccionistas de imágenes: de Instagram, Pinterest y otros demonios

3, marzo 2024

Boris Berenzon Gorn

Hace algún tiempo se habilitó la función “guardar” en Instagram, permitiendo al usuario crear varias listas personales o colaborativas donde se pudieran incluir imágenes y videos en torno a ciertos temas. Así, con su cuenta de Instagram, usted puede poner en el mismo sitio recetas de cocina, viajes, videos educativos, tutoriales, información en torno a temas específicos y todo tipo de etiquetas que le interesen. Esta función recuerda a los famosos tableros de Pinterest, la red social donde se crean campos semánticos y se coleccionan “pines” en torno a “tableros” creados también por el usuario.

Dejando de lado a los acumuladores con OCD, la mayoría de los usuarios de Pinterest encuentran en la acumulación de pines y su organización una satisfacción innegable. Las publicaciones mediante este método pasan a ser también de su propiedad, forman parte de su vida cotidiana y se convierten en una especie de legado virtual donde los intereses de una persona toman forma de “tablero de corcho” y aparecen las ideas e imágenes que necesita para llenar el vacío del imaginario que constituye la red.

La opción de “guardar” en Instagram nos demuestra que Mark Zuckerberg no ha reparado en el lanzamiento de estrategias que puedan emular a otras redes sociales para que el usuario encuentre las experiencias más populares en Meta. Threads fue lanzado para competir de frente con el emporio de Elon Musk en la renombrada X, antes Twitter, mientras que los reels son la competencia perfecta de TikTok. Este fenómeno, que requiere más de un análisis, nos demuestra que los modelos efectivos de experimentar el mundo digital se convierten en ideas a replicar que adquieren nuevas representaciones y que garantizan el interés del usuario a largo plazo.

Desde esta perspectiva, hay que admitir que el modelo acumulativo de Pinterest es exitoso en sí mismo, pues reemplaza la necesidad de consumo que está en la base de la sociedad moderna. Quizá los usuarios no pueden adquirir todos los productos que están en la plataforma, remodelar la casa exactamente como se presenta, cambiar su cuerpo o maquillarse como las celebridades, comprar los gadgets de moda o cambiar el automóvil cada que una opción nueva sale al mercado; pero sí pueden guardar pines donde se representa cada uno de esos deseos, y de esta manera satisfacer, al menos en el imaginario, el deseo de poseer o ser aquello que escapa de la realidad inmediata.

Las plataformas acumulativas nutren el deseo gracias a la ficción que empuja al usuario a creer que participa de él. En este sentido, hay que aceptarlo, son algo enajenantes, pues descolocan el lugar real desde el que el usuario asume el espacio virtual y que siempre está conectado con el mundo analógico; actúa en función de la aspiración propuesta en modelos de representación digital que lo facultan para establecer una propiedad simulada sobre aquello que reconoce como contenido, pero que al mismo tiempo tiene un valor real para él.

No es que acumular, organizar y etiquetar contenido sea algo negativo, pero debe ser parte de un ejercicio consciente. El mundo digital tiene, lo hemos repetido hasta el cansancio, repercusiones en el mundo analógico y efectos reales en las personas, su vida, sus finanzas, sus relaciones, su salud mental, etc. Pero también es cierto que en el mundo digital lo no tangible no puede tomar una forma diferente a la original. Si no tenemos cuidado, podríamos convertirnos en el gato que persigue el láser y se frustra porque el juego jamás le permite alcanzar la recompensa.

En la medida en que usamos las herramientas digitales reconociendo los estímulos que nos brindan, podemos ser más racionales y críticos. No se trata únicamente de establecer límites de tiempo en pantalla o de generar controles parentales para proteger a los menores; sino también de concientizar cómo nos afectan en la toma de decisiones y la clase de recompensas que producen, así como de preguntarnos si estas serán duraderas en el tiempo o si tendrán efectos negativos. Organizar información es sensato, siempre que la información no se confunda con objetos. El mundo digital es tentador, pero por ahora, seguimos con los pies en la tierra y la experiencia corporal es irremplazable.

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