JOSÉ ANDRÉS DÍAZ
Foto: Efe
Toda leyenda, sin importar cuál sea, tiene un origen, un momento en el que se elevan a ese punto extraordinario que los acompañará por el resto de su días y que se encumbrará aún más cuando su tiempo de vida haya pasado. Y a Franz Beckenbauer le sucedió en México en el Mundial de 1970, especificamente en el denominado “Partido del Siglo”, en la semifinal ante Italia.
El juego, disputado en el Estadio Azteca el miércoles 17 de junio de ese año, es catalogado por muchos historiadores, aficionados y gente conocedora del la historia del balompié como el más emocionante del Siglo XX y por eso que se ganó ese mote.
En ese encuentro, Franz Beckenbauer, entonces defensa central y Capitán de Alemania Federal, no solo sería parte, sino que se convirtió en protagonista y leyenda tanto de su país como del fútbol mundial porque su pundonor, sus ganas de seguir peleando, de querer ganar, el amor por su camiseta y su país, le hicieron jugar con todo y que lo tuvo que hacer con un brazo inmovilizado.
Tras los 90 minutos reglamentarios el juego se fue a tiempo extra ya que el marcador terminó empatado 1-1, gracias a los goles de Roberto Boninsegna al 8′ para Italia, en tanto que para Alemania Federal igualó de manera agónica Karl-Heinz Schnellinger al 90′.
Por supuesto que después del gol milagroso para la Mannschaft, el momento moral era totalmente para los alemanes. Ahí, el Capitán Beckenbauer, quien ya había tenido una soberbia Copa del Mundo gracias a su calidad en el terreno de juego, buscó alentar a sus compañerosen busca de la victoria y el pase a la Final ante el Brasil de Pelé.
La entrada del italiano Faccetti que inició la leyenda de Beckenbauer
Sin embargo, apenas empezó el primer tiempo extra, una dura entrada del lateral izquierdo italiano, Giacinto Facchetti, provocó que Franz se dislocara el hombro derecho, dejándolo severamente lastimado y con muchos minutos por delante en el tiempo extra.
De inmediato entraron las asistencias, el Kaiser sufría mucho dolor y mostraba que no podía mover el brazo derecho. En cualquier partido, seguramente el futblista saldría porque no valdría la pena arriesgar más el físico…
Pero esta era una Semifinal del Mundo, una oportunidad quizá que nunca jamás se le volvería a presentar y Beckenbauer tomó el camino del sufrimiento, del dolor, del heroísmo, el de una leyenda; porque los médicos del equipo alemán le improvisaron un cabestrillo para inmovilizarle el brazo y que el del hombro sufriera lo menos posible.
Franz se levantó y así comenzó a jugar, lo cual no solo sorprendió a la afición presente en el Estadio Azteca, sino a la de todo el mundo que veía el duelo por televisión porque el planeta entero tenia sus ojos en el juego disputándose en el Coloso de Santa Úrsula.
Salir del campo era lo lógico, pero el central y Capitán, fue justo eso, un Capitán, un líder que se negó a dejar a sus compañeros en el campo, porque pese a no estar al 100 por ciento físicamente (y que ya no había cambios ya que en ese tiempo solo se permitían dos por partido), decidió darlo todo por su país y su Selección, en un juego que era a matar o morir, en un encuentro que justo en el tiempo extra, también se elevo a la leyenda del “Partido del Siglo”.
Se anotaron un total de cinco goles en los treinta minutos de prórroga, en un encuentro de locura absoluta, de frenesí total, de entrega pura, con futbolistas que lo dieron absolutamente todo de sí para obtener la victoria.
Tarciso Burgnich marcó el 2-1 para Italia al 98′; Gerd Müller el 2-2 para Alemania al 94′; Al 104′, Luigi Riva anotaba el 3-2 para los Azurri al 104′, mientras que de nuevo el “Bombardero” Müller marcaba para la Mannschaft al 110′ y así el 3-3.
Parecía que Beckenbauer con un brazo inmovilizado y sus compañeros, la librarían y llegarían casi arrastrándose a los tiros de penal. Pero un minuto después del segundo gol de Müller en el tiempo extra, apareció al 111′ Gianni Rivera para marcar el 4-3 definitivo y que así Italia se llevara el pase a la Final.
En la jugada de ese gol siempre quedará el hipotético qué hubiera pasado si el Kaiser alemán hubiese estado al cien físicamente, porque Rivera marcó tras disparar de primera intención casi a la altura del manchón penal, una diagonal que vino desde la izquierda, en una acción en la que el Capitán germano ya no alcanzó a cerrar en esa zona del campo, debido al cansancio físico, más su brazo lastimado.
Sin embargo, a partir de ahí, la leyenda de Franz Beckenbauer comenzó a escribirse. El Kaiser cuatro años después levantó la Copa del Mundo en la edición en la que Alemania fue local en 1974. Y posteriormente, ya como entrenador en 1990, consiguió otra al frente de la Mannschaft en Italia 90′.
Un central que marcó un antes y un después en el fútbol mundial, un futbolista que mostró que la posición de defensa no solo era destruir, cortar los ataques del rival, sino construir a través de la precisión, de la exactitud, del excelso toque de balón y de saber salir jugando con el esférico controlado, para llegar a veces hasta el área rival.
Cuando se habla de Beckenbauer, se habla de elegancia y de calidad, pero también de heróismo, de un hombre que lo dio todo por su país y que en un momento en el que muchos habrían decidido claudicar, él decidió seguir adelante hasta donde su cuerpo le permitiera. Descanse en paz, el gran y único Kaiser.