Boris Berenzon Gorn
En las películas y series de los noventa había un chiste recurrente: estudiar en la universidad por correspondencia era para perdedores. Se aseguraba que este tipo de estudios contaba con poco o nulo valor en comparación con una escuela regular, con asistir a la universidad de forma presencial, y que era una artimaña para obtener un título sin tener que recorrer el difícil camino para lograrlo. La cultura pop acuñó este lugar común en muchas ocasiones, en Harry Potter J.K. Rolling hizo que Argus Filch, el gruñón squib, tratara de aprender magia por correspondencia. También la famosa serie de televisión Better Call Saul basa su premisa en la falta de seriedad de los estudios del abogado al haberse titulado en una universidad por correspondencia.
Con el desarrollo de internet, la premisa se trasladó; la nueva universidad por correspondencia eran ahora todas las escuelas, de todos los niveles, que ofrecían educación a distancia y a las cuales se las consideraba poco serias y de impacto nulo. La idea de estudiar en línea era vista como algo de segunda categoría, al igual que sus certificaciones, y se pensaba que jamás reemplazaría ni llegaría al nivel de la educación presencial. Luego las opciones de educación en línea se fueron incrementando e internacionalizando, llevando el sello de las grandes universidades del mundo, y aunque todavía eran vistas con recelo, ganaron popularidad.
Pero el gran viraje vino en 2020 con la pandemia de Covid-19. Pido disculpas por revivir el trauma colectivo que hemos tratado de reprimir conjuntamente; pero por desgracia, debo recordarles que fue real. Vivimos un reto civilizatorio que puso en crisis a la humanidad, perdimos de manera permanente a buena parte de nuestra población, tuvimos miedo e incluso desinfectábamos los alimentos embolsados. Luchábamos por un poco de gel o un cubrebocas, estuvimos en confinamiento durante meses y veíamos día a día cómo el mundo entero se enfrentaba a la debacle.
Pero en medio de esa crisis, que tiene matices de filme de terror, hubo algunas cosas buenas. Una de ellas fue sin duda la revalorización de la educación en línea. La mayoría de las veces como respuesta a la crisis las escuelas trataron de adaptarse a la nueva situación sin detener las actividades y manteniéndose en pie a través de servicios de videoconferencia y plataformas diseñadas para el trabajo colaborativo. En los niveles básicos la situación evidenció las profundas desigualdades en materia digital, pero, aun así, muchos estudiantes pudieron mantener el ritmo gracias a las herramientas digitales y los profesores tuvieron que adquirir habilidades para no quedarse atrás.
Con esta experiencia, se evidenciaron algunos hechos. El primero es que reunirse en una sala de videoconferencia o en un salón de clases tiene semejanzas profundas. Si bien hemos evolucionado para preferir el contacto físico, lo cierto es que, a la hora de lograr objetivos educativos, la diferencia es muy poca. Los mismos alumnos que apagan las cámaras y no prestan atención, se saltan las clases o se la pasan hablando con algún amigo si hay clases presenciales—quienes hemos sido docentes sabemos que siempre hay uno— así que la falta de atención no se debe al mundo digital.
También quedó claro que los archivos digitales son fáciles de transmitir, que emplear herramientas transmedia enriquece el aprendizaje y que los alumnos más jóvenes se sienten identificados con los videos, los foros e incluso desarrollando tareas en plataformas colaborativas. La mayoría de ellos se adapta bien al universo digital que, dicho sea de paso, brinda un orden mayor cuando las plataformas están bien diseñadas y les permite acceder en todo momento al contenido, lo que simplifica los procesos de estudio. También existen muchas herramientas que permiten tomar notas e incluso transcribir la clase, lo que ha revolucionado la manera en que se adquiere el conocimiento.
Son muchas las universidades que ofrecen algún programa de educación en línea, ya sea licenciaturas o posgrados, e inclusive hay algunas que han surgido exclusivamente para el mundo digital, como sucede con la UnADM, un programa gratuito abierto a todo público y auspiciado por el gobierno de México. Las opciones a niveles básicos y medios aún no son demasiadas, pero se están incrementando, sobre todo en las escuelas de pago. Estudiar en línea es para todas las personas y permite superar los obstáculos de tiempo y distancia. Todo parece indicar que el futuro de la educación será digital, o no será.