La peligrosa, muy peligrosa prolongación de la guerra en Ucrania

3, abril 2023

Javier Oliva Posada

Aunque sabemos que en el origen mismo de la naturaleza en la especie humana se encuentra en su genética, cultura, desarrollos científicos, artísticos y en todas y cada una de sus manifestaciones racionales, pasionales o de cualquier otro tipo, la guerra nunca debiera convertirse en una costumbre, y sin embargo, lo es. En efecto, los inicios y fines de épocas, culturas, imperios y otras manifestaciones de grandeza o intentos de proyección hegemónica, concluyen en medio de feroces combates, que se saldan con miles, con millones de muertos. Las guerras marcan así, de manera profunda e indeleble nuestra historia planetaria.

El análisis del fenómeno bélico, como objeto de estudio, por contraparte, requiere de enfoques que abarcan una gran cantidad de variables, que como se apuntó en el párrafo anterior, representa de manera paradójica, la parte sublime y de plena realización por parte de naturaleza del ser humano y por la otra, la despreciable muestra de la crueldad más cruda y bestial. Ambas conviven, evidencian nuestro ser, sentir y pensar. Para hacer más complejo el panorama, la violencia en sus diversas manifestaciones –pero sobre todo la física aplicada a otra u otro humano y como expresión inherente a la cotidianeidad, nos coloca en una ruta –y con mucha razón, del desánimo, incertidumbre y miedo.

Por supuesto, que el caso de la invasión de Rusia a Ucrania, que inició el 24 de febrero del año pasado, va acumulando historias atroces, destrucción, muerte, aniquilamiento de proyectos de todo tipo y procedencia, traumatismos colectivos que durarán generaciones (según las y los demógrafos, entre 70 y 100 años), además por supuesto, de los ajustes y recambios, en las disputas por los círculos de poder geopolíticos y estratégicos entre la potencias regionales y de proyección mundial. México, incluido entre los principales actores, la conducción de los asuntos relacionados con la guerra Rusia-Ucrania, debe actuar, en consonancia a la búsqueda de la paz y sobre todo, a la protección de la población civil ucraniana devastada por la intensa destrucción.

En medio de las que parecen ser, ambiciones sin límite entre las partes con intereses directos en el desarrollo del conflicto, es imperioso argumentar que mientras la guerra se prolongue en el  tiempo y en la Geografía, el planeta en su totalidad, está en un severo peligro de destrucción generalizado. No hay parte de la Tierra que se exima o escape de los efectos. En realidad nunca ha sido así. Pensar que “la lejanía” no afecta,  es propio de visiones por completo ajenas a la realidad de la Historia. Así, con “H” mayúscula.

Para las dinámicas internacionales de los conflictos y alianzas de todo tipo de intereses, el conflictivo y supuesto manejo de la guerra, es un desafío. Para Rusia, Estados Unidos, China, la Organización del Tratado Atlántico Norte, la Unión Europea, los organismos multilaterales –sobre todo, las Naciones Unidas, no obstante, y al momento, dan pocas muy pocas muestras de afinidad respecto de hacia dónde apunta alguna negociación para sentar las bases de un acuerdo de paz. Desde allí, es que voces como la de México, tienen la capacidad de concitar, al menos, un acercamiento, que a su vez, sea sostenido por elementales y a la vez, iniciales aproximaciones. A todas y todos conviene un proceso de aproximación. Seguir corriendo peligrosos riesgos, provocará que alguno de ellos se torne incontrolable y termine por precipitar los más temidos y destructivos escenarios. Y como se argumenta, no hay ni habrá parte de la Tierra, a salvo.

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