¿Los muertos vienen?

30, octubre 2022

FELIPE ARIZMENDI

Obispo Emérito de SCLC

MIRAR

Se acerca el 2 de noviembre, en que la liturgia católica celebra la conmemoración de todos los fieles difuntos, y la misma naturaleza prepara la venida de nuestros queridos difuntos con una espléndida floración de colores blanco, amarillo y morado. Yendo de Toluca a mi pueblo, abundan flores, grandes y pequeñas, que ambientan gozosamente esta fecha. Así lo interpretan nuestros pueblos. Alabamos y bendecimos al Autor de tanta belleza y perfección. Pero, ¿en realidad vienen los difuntos?

En muchas comunidades, incluso en las urbes, es frecuente que se reúnan las familias, que vayan al panteón a arreglar las tumbas, que les preparen ofrendas en un pequeño altar en casa, que pongan sus fotos y les coloquen alimentos y bebidas de su gusto. No faltan las velas y las flores para ellos. ¿Vienen los muertitos a degustar los manjares que se les ofrecen? ¿Conviven con nosotros?

En una comunidad indígena otomí, donde fui párroco hace años, en estas fechas se quemaban los petates viejos, se quebraban los trastos de barro, se compraba todo nuevo, se hacían grandes comidas en su honor, se repartían frutas, panes y otros alimentos a los familiares y amigos, y toda la noche se velaba en el panteón, entre velas, flores, incienso y música, sin faltar bebidas embriagantes. Todo era porque vienen nuestros difuntos…  

En todas las culturas hay una fuerte conciencia de que ellos no están totalmente ausentes. Por ejemplo, el cardenal filipino Luis Antonio G. Tagle, nos platica esto de su abuelo materno, un chino converso al catolicismo: En el aniversario de la muerte de su madre, ofrecía incienso y comida delante de la imagen de su madre y nos decía a los nietos: «¡Que nadie toque esta comida! Primero debe probarlo la bisabuela, en el cielo, y luego nos tocará a nosotros».

Con expresiones semejantes, en todas las culturas hay esta cercanía con los difuntos. En realidad, no vienen corporalmente a estar con nosotros, ni comen físicamente los alimentos que se les preparan, pero es una forma simbólica muy expresiva de que estamos ciertos de que no han muerto totalmente, sino que viven de alguna manera.

Los católicos sostenemos la vida eterna en Dios para sus hijos, aunque no desconocemos la existencia del infierno, que es la vida eterna sin Dios, que es lo peor que nos puede pasar. Dios es vida y quiere la vida para todos los suyos. Y esto es lo que celebramos en estas fechas: la vida en Dios de nuestros seres queridos ya difuntos. Por eso los experimentamos muy cercanos. Las flores quieren simbolizar el paraíso eterno que les deseamos; las velas expresan la fe en la luz eterna para ellos.

DISCERNIR

El Papa Francisco, en Amoris laetitia, dice: “A veces la vida familiar se ve desafiada por la muerte de un ser querido. No podemos dejar de ofrecer la luz de la fe para acompañar a las familias que sufren en esos momentos. Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma. Porque nuestros seres queridos no han desaparecido en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios”.

ACTUAR

Recordemos con amor a nuestros seres queridos ya difuntos, sin despreciar las buenas expresiones culturales de nuestros pueblos; oremos por su paz eterna, perdonemos sus errores, vivamos sus buenos consejos y ejemplos, ofrezcamos la Santa Misa por ellos y seamos una memoria viva de su historia, sin deshonrarlos con nuestros malos comportamientos.