Narcotitlán

2, marzo 2024

Francisco Fonseca N.

En el castellano hay palabras que, al paso de los años o como resultado de la necesidad de la época, se van creando; se les llama neologismos, o sea, palabra nueva. Las necesidades de la época las va marcando, generalmente, la tecnología. Así con la aparición de las comunicaciones rápidas se fueron creando neologismos que hoy son palabras del hablar diario: telégrafo, teléfono, telemetría, televisión, télex, telefax, telefoto, telemática, etc., todas ellas utilizan el prefijo “tele” que significa “a distancia, lejos”. Al proceso para crear nuevas palabras o neologismos mediante prefijos se lo conoce como prefijación. Es muy común hoy en día formar palabras nuevas, crear, inventar. Todo ello va marcando el signo de los tiempos, la vorágine que nos devora diariamente y que afecta, sobre todo, el lenguaje.

Por inconsistencias de un iluminado, México entró desde hace 8 años en una guerra contra la delincuencia organizada y el narcotráfico. No es una guerra que tenga como fin el espacio vital, pretexto de miles de contiendas habidas a lo largo de la historia. Tampoco estamos inmersos en una guerra por distintas ideologías políticas, religiosas o sociales, como ocurre en varios países hoy en día. Es una guerra que no se planeó ni se establecieron parámetros de inteligencia para conocer la estatura del enemigo, simplemente se declaró y ya. Es una conflagración tan virulenta que en el lapso de esos 6 años ha producido miles de víctimas, 50 mil, 70 mil, 100 mil, no se sabe ya. Un gran porcentaje son inocentes. Jean Meyer Barth, historiador mexicano de origen francés, nacido en 1942 dice en su libro La Cristíada, que se calcula que en  la llamada guerra de los cristeros, que transcurrió en México de 1926 a 1929, murieron entre 25 y 30 mil cristeros. Yo agrego que también hubo un número considerable de bajas en los federales. Fue un conflicto producido por la ideología religiosa. O sea que nuestro problema que no tiene para cuando acabar tiene un enemigo que no conocemos porque posee miles de cabezas y dejará un penoso mensaje en los libros de historia nacional.

Hoy estamos enfrentando, con horror, el siguiente episodio de los sangrientos acontecimientos del estado de Guerrero. Empezamos hace años en Tamaulipas, seguimos con Michoacán y Jalisco, y después Ayotzinapa.  Ahora bien, este conflicto, que bien pudiera ser originado por el diablo del narcotráfico ha producido vocablos nuevos con prefijo. Hay un prefijo de moda: “narco”. Y así escuchamos y leemos a diario, una y mil veces palabras nuevas, neologismos también tristes y angustiantes: “narcotráfico, narcoterror, narcotúnel, narcomensaje, narcofosa, narcolista, narcoviolencia, narcoterritorio, narcociudad, narcoejecuciones, etc”. Estos neologismos detallarán, al paso del tiempo, una etapa del México del tercer milenio. Nuestros descendientes podrán decir que vivimos en Narcotitlán o en Narcolandia.

 

Es imposible ignorar el delito.  Aunque no seamos nosotros mismos parte del drama penal, los medios de comunicación y la opinión pública están repletos de imágenes de delitos y delincuentes, de víctimas y de victimarios. Los delincuentes no han cambiado significativamente a través del tiempo; todos ellos han sido motivados por la ambición y la codicia, y satisfacen sus objetivos con riqueza y con poder. Esta riqueza y este poder lo han encontrado explotando inmisericordemente al ser humano en su integridad física, en su libertad y en su patrimonio, y aprovechando las deficiencias que tienen los gobiernos en el cumplimiento de la ley. Las organizaciones criminales cultivan una imagen de omnipotencia e invulnerabilidad, son autodestructivas y manipuladas por la ambición. En realidad el delito organizado es un fenómeno fundamentalmente imperfecto.

 

En el año 2000, el criminólogo Rafael Ruiz Harrell, hoy desaparecido, decía que la criminalidad ha crecido tanto, es a tal grado violenta y es tan poco lo que se está haciendo para restablecer el imperio de la ley, que México puede llegar a ser ingobernable. ¿Qué diría Ruiz Harrell si viviera?

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