Romper creencias, romperse el alma

28, febrero 2021

Por Guillermo Deloya Cobián

No es una generosa concesión en el reconocimiento que se le pueda otorgar a cualquier acción o movimiento que pretenda la reivindicación del papel de la mujer en sociedad. Es una deuda histórica que llega a un punto de inflexión, en donde negarle importancia en nuestra vida cotidiana, no solo equivale a un acto de ignorancia sino de franco y penoso atavismo. El tratamiento del tema es fundamental en su más esencial inicio; reconocer que somos un país con dolorosos atrasos en la atención a problemas que lesionan la integridad y los derechos de la mujer mexicana, mismos que persisten y en muchos casos se agravan paulatinamente. Sin embargo, la complacencia desde los círculos públicos ante su ocurrencia reiterada, no es más que la conveniente actitud de negación del problema que tanto incomoda. En el pensamiento machista, el no reconocimiento de escenarios negativos para las mujeres, equivale a su vez a categorizar al género con inferioridad significada en falta de atención. México, como muchos países latinoamericanos, ha perpetuado en su cultura la normalización de la “supremacía” masculina para lo cual, de forma sumamente desafortunada, ha generado conceptos arraigados en mentes pequeñas que dan cabida a creer que no existen feminicidios, violencia generalizada, desigualdad laboral e incluso procesal, ausencia de políticas públicas integrales con perspectiva de género, corrupción, impunidad y falta de capacidad institucional siquiera para dimensionar el problema.

Así, la ruta de los movimientos pro feministas, ha sido un sendero sumamente accidentado. Se llega al ridículo de señalar con sospecha su impureza, por contagio de afanes políticos y se plantea incluso que el complot con tonos de descalificación a gobiernos, es el principal motor de aquellas que reiteradamente buscan respuestas en patrias que las doble victimizan. Porque es igualmente reconocible que gran parte de la historia ha escrito sus páginas con un enfoque sonoramente androcéntrico, al punto de invisibilizar en muchas ocasiones a la mujer, reconociendo solamente a cuenta gotas a aquellas cuyo mérito las puso como engranes de episodios épicos y relevantes. En esa categorización de invisibilidad hacia la mujer y sus problemas se han quedado algunos. Sin embargo, creo que decididamente ha llegado el momento de sonar con bríos, para evitar que la injusticia se inmortalice y para evitar que se pueda normalizar el desprecio en un público altamente sugestionable, cuya preferencia política puede llevarlos a la empatía de pensamiento con quien le conceden obediencia ciega. Ese es el escenario más peligroso.

En pasados días vimos cómo con vigor e insistencia se generó una tendencia en redes sociales en torno a la petición al presidente para la ruptura del pacto patriarcal. La ambigüedad en la percepción del mensaje para quienes no están habituados al concepto, fue suficiente para que fruncieran los ceños como si dicha exigencia significara una agresión en sí. Pero es un hecho que desde esa ignorancia tozuda es de donde arranca el problema. No es obligación, pero si es deseable conocer pensamientos como el de Gerda Lerner que, en lo más básico ilustra en su obra “la creación del patriarcado” para que sepamos con claridad que existen (así, en tiempo presente), condiciones para que el colectivo masculino, tenga derechos sobre las mujeres, que el colectivo femenino no tiene sobre los hombres. De ahí, hasta agravarse el concepto para convertirse en un juego de complicidades y silencios, donde varones excusan, justifican, encubren y hasta legitiman actitudes y acciones misóginas o sexistas. El pacto es de acero y titanio hasta que no se normaliza la denuncia sobre reprobables conductas de los congéneres.

En la concepción filosófica de Eli Bartra, el tema respecto a la desigualdad existente en torno al género, se reconceptualiza conforme a la circunstancia en la cual se discute, además de que, puede “refuncionalizarse” en razón de la utilidad de los grupos que encauzan su planteamiento. En ello denoto con insistencia el peligro inminente de mal entender un concepto, precarizarlo, untarlo de una supuesta intención de agresiones personales y llevarlo al plano de la discusión polarizante para luego adoctrinar con este torcido pensamiento a los adeptos políticos.  Si no hacemos un alto en el camino para construir una ruta convenida a efecto de saldar deudas ancestrales respecto a derechos sociales, laborales y sexuales de la mujer mexicana entre muchos otros temas insolutos, el escenario será un antagonismo cada vez más recrudecido que no hace más que documentar nuestro anacrónico pensar como varones. Esfuerzo y lucha por los que vale la pena romperse hasta el alma.