Salario mínimo: una política tribunera en mal timing económico

El aumento del 13% al salario mínimo en México llega en mal momento: con economía débil y sin productividad, es una medida populista que puede generar más daño


JESÚS VACA

Esta semana se anunció el incremento del 13% al salario mínimo en México para 2026. En principio, nadie podría oponerse a mejorar los ingresos de quienes menos ganan. Es una medida socialmente deseable y políticamente rentable.

Sin embargo, que una decisión sea popular no implica que sea la correcta, ni mucho menos garantiza que llegue en el momento adecuado. Utilizando el argot futbolístico, esta medida parece una política tribunera y en mal timing económico.

Como lo mencioné la semana pasada, México llega a este anuncio en un contexto de enfriamiento económico. Las proyecciones de crecimiento para este año rondan el 0.3%, y para 2026 se anticipa un crecimiento por debajo del 1%. Es decir, el equipo viene a la baja, sin gol, sin funcionamiento y con la afición encima de la directiva.

En este escenario, anunciar un aumento agresivo al salario mínimo es como cuando la directiva, presionada por la tribuna, decide fichar a un delantero histórico, muy querido y muy caro, a pesar de que no hay liquidez, sin proyecto deportivo y peleando por no caer en la tabla. El problema no es el jugador, es el momento.

El aumento al salario mínimo no es una mala decisión por sí misma. De hecho, en periodos de expansión económica puede impulsar el consumo y dinamizar ciertos sectores. Pero en una economía debilitada, con inversión privada estancada y sin mejoras en la productividad, la medida corre el riesgo de generar más efectos secundarios que beneficios duraderos.

El principal impacto no será en las grandes empresas. Lo resentirán las pequeñas y medianas, que operan con márgenes reducidos y que hoy enfrentan mayores costos laborales sin un incremento equivalente en ventas o actividad.

Aquí es donde el símil futbolístico encaja perfectamente. Imaginemos a un equipo que decide contratar a ese delantero caro, histórico o de talla mundial, de esos que cobran mucho, aunque ya no corren como antes. La afición lo aplaude, las redes lo celebran, y el club vende camisetas durante un par de semanas. Pero cuando llega la hora de pagar la nómina, el impacto se siente: menos recursos para fuerzas básicas e infraestructura, se empieza a romper el vestidor y surgen problemas financieros que pueden hundir al equipo en el largo plazo.

Eso, exactamente, es lo que implica un aumento acelerado del salario mínimo sin una estrategia integral que lo respalde. Es una política tribunera, pensada para el aplauso inmediato, que puede producir ovaciones en la grada, pero no resuelve los problemas estructurales del país: baja productividad, poca inversión, escasa formalidad, infraestructura insuficiente y un marco regulatorio incierto.

El impacto de esta medida se puede traducir en mayor informalidad, cierre de pequeños negocios, desempleo, y eventualmente, más inflación, que termina diluyendo el poder adquisitivo de las familias de menores ingresos.

En pocas palabras, sin un aumento de la productividad, habrá más dinero circulando en la misma economía, lo que presionará al alza de precios.

Este tipo de medidas necesita algo distinto: una reestructuración del equipo completo, no sólo un fichaje mediático. Necesita reforzar defensa y mediocampo. Necesita atraer inversión productiva, mejorar la competencia, fortalecer a las empresas y elevar la productividad. Sólo así, el aumento salarial puede convertirse en un impulso real y sostenible.

Porque un delantero caro nunca rescata a un equipo descompuesto. Puede dar un par de alegrías, pero no cambia el rumbo si el resto de la estructura está debilitada.

El país necesita políticas económicas que jueguen en conjunto, que generen crecimiento y que sostengan los aumentos salariales en el tiempo. De lo contrario, no pasará de ser una política tribunera.


Jesús Vaca Medina
Doctor en Estudios Fiscales
@jesusvacamedina