Se descorre el telón: Ayotzinapa

1, septiembre 2022

RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS

En el escenario hay nubes y tormenta, obscuridad. ¡Que predomine la Justicia que trae luz! Que el escenario no sea de mentiras y componendas al estilo de un palacio hoy raído, desgastado y descuidado.

Que lo sepa y recuerde: el primero que cae en la historia es el que solapa a los que deben caer bajo el peso de la espada de Temis y porque el fiel de la balanza se ha inclinado en su contra.

Se descorre el telón y el pueblo espera. Tantas veces hemos visto el escenario lúgubre, cargado de promesas rotas, de mentiras, donde los poderosos e influyentes se enseñorean.

El pueblo ya no cree, aunque quiere creer; creencia la suya casi ahogada en lágrimas de dolor. La mitología griega cuenta que Zeus, deseoso de vengarse de Prometeo por haber robado el fuego (cultura y civilización) de la fragua de Hefesto y dárselo a los humanos, le presentó a Epimeteo, hermano de Hefesto, una mujer llamada Pandora y con la cual se casó.

Pero como regalo de boda Zeus le dio a Pandora una caja con instrucciones de no abrirla.

Sin embargo los dioses le habían otorgado a Pandora una gran curiosidad, razón por la que decidió hurgar en el contenido de la caja para ver qué había dentro; mas al hacerlo escaparon de su interior todos los males del mundo, y cuando decidió cerrarla sólo quedaba en su fondo el espíritu de la esperanza, el único bien que los dioses pusieron allí.

La enseñanza es clara: la cultura y la civilización, por lo menos y como las hemos manejado hasta hoy, son males de los que únicamente nos puede redimir la esperanza. Y Ayotzinapa representa la esperanza para millones de mexicanos.

El pueblo no pierde su ánimo y cree que las autoridades pueden lograr aparte de que deban que se haga justicia.

Ahora bien, es cierto que se presenta como alcanzable la justicia en el caso de Ayotzinapa, salvo que el poder omnímodo, mal ejercido en su lujuria desbordada, quiera herir a Temis rompiendo su balanza y su espada.

Una gran confabulación se llevó a cabo en ese caso con telones y telones que se van descorriendo. ¿Y qué descubre uno? Lo ya sabido y presentido, incluso tolerada por algunas conciencias blandas, lechosas, que se pliegan cínicamente a todo lo inmundo.

Para ellas no ha pasado nada en su confusión inmoral y atolondrada, hasta que pasa. Y está pasando.

El constante lujuriar de los poderosos ha despertado la protesta, la inconformidad, mudas en principio pero ya a punto de reventar.

Se puede jugar con el pueblo, ofendiéndolo, durante cierto tiempo; hasta que el juego termina abruptamente, de golpe, abriendo paso a la justicia, dice Montesquieu en El Espíritu de las Leyes. Y lo justo se llena los pulmones de aire redentor para enfrentar al poderoso.

Vemos esas caras de complacencia tenebrosa, marcadas por gestos que las delatan. Supuestas “razones de Estado” permitieron la entrada del Estado sin razón, y cayeron jóvenes inocentes. “Era necesario”, y lo dicen los asesinos complacidos del mal que hicieron. Pero la lógica universal también le atañe al pueblo dolorido, desesperado, y la gran razón, ese espíritu del que habla Montesquieu, dice “basta”.

Por su propio peso se derrumbará el asesinato.

Lo veremos en las elecciones venideras, y el que no lo vea o no oiga el estruendo de los truenos tormentosos quedará atrapado en la red de la ignominia; mientras la vieja maquinaria de la justicia burocrática se incendiará a sí misma.

¿Qué quedará? Un pueblo renovado, auto renovado; porque tiene la fuerza y la capacidad de forjar su destino al margen de los avatares que siempre no han llegado.

PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL

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