Francisco Fonseca N. / Ovaciones
La Semana Mayor se conmemora desde que muchos seres humanos se hicieron cargo de la realidad divina y con referencia a ésta orientan y ordenan toda su existencia. Digamos que es la referencia trascendente de la existencia del hombre, que se halla situado en un horizonte infinitamente abierto y en camino hacia una verdad absoluta.
Dejemos a un lado el sentido religioso para profundizar solamente en la búsqueda del origen y la identidad con “alguien” superior desde el punto de vista moral y espiritual. La cristiandad cree en la buena estrella y en los malos presagios, en el amor instantáneo y en esa fuerza misteriosa que obligó a la humanidad a salir de las cavernas para dar a luz al Mesías.
Conmemorar estas fechas es dar un sentido especial a la vida. Es aprender, con toda la voluntad, cada paso del CRISTOS, del único ser -que yo sepa- que eligió conscientemente ofrecer en sacrificio su vida para que todos los demás -el prójimo, el semejante, el vecino- habitasen en un mundo de fraternidad y de perdón.
Hace dos mil años que murió Jesucristo. Sin embargo, y gracias a la fuerza de la palabra y del pensamiento, el Rabí sigue vivo entre nosotros. Con el hilo conductor de los primeros evangelistas, recuerdo el solemne Mártir del Gólgota del dramaturgo español Pérez Escrich (1829-1897); luego el ateo Giovanni Papini (1881-1956) en la madurez de los años y de la conciencia escribió la vida de un Dios que se hizo hombre, llegando a encontrar a Cristo caminando por muchas sendas que desembocaban todas al pie de la montaña del Evangelio. Las palabras de Papini tienen un profundo significado: “Cristo es el profeta de los débiles, siendo que vino, por el contrario, a dar fuerza a los que languidecían y a poner a los pisoteados por encima de los reyes. Dicen que es la suya religión de enfermos y moribundos, pero cura a los enfermos y resucita a los durmientes. Dicen que es contraria a la vida pero vence a la muerte. Que es el Dios de la tristeza pero exhorta a los suyos a alegrarse, y promete un eterno banquete de gozo a sus amigos. Dicen que ha introducido la tristeza y la mortificación en el mundo, cuando por el contrario, durante su vida mortal comía y bebía, se dejaba perfumar los pies y los cabellos, y le repugnaban los ayunos hipócritas y las vanidosas penitencias de los fariseos. Muchos le han dejado porque no le han conocido nunca”.
La escritora inglesa Taylor Caldwell (1900-1985) descubrió al profeta a través de Saulo Ben Hilel, Pablo de Tarso, quien – camino a Damasco – escuchó una voz al mismo tiempo íntima y lejana que le recordó que estaba hecho para la luz. El escritor y poeta inglés Robert Graves (1895-1985) trazó un retrato de Jesús de insólitas dimensiones humanas, un profeta fiel a la ley de sus mayores y personaje central de una compleja y conmovedora tragedia histórica. En fin, el escritor japonés Endo Shusaku (1923-1996) relata su particular visión de un Jesús de Nazaret que no necesitaba imaginarse la debilidad de los hombres sin esperanza porque decidió vivir entre ellos.
Semana Santa: tiempo de reflexión, de búsqueda sin límite para lograr la paz.
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