LUIS WERTMAN ZASLAV
Nos comunicamos a través de imágenes y de representaciones que tienen un significado, positivo o negativo, que nos permite entender y darle sentido a lo que hemos pasado, a lo que es importante, e incluso, al futuro que buscamos construir.
Todas las expresiones humanas están formadas de símbolos, porque explican con sencillez hechos complejos y sirven para unirnos a su alrededor para tener una identidad. Las banderas son uno de los ejemplos más comunes. Guardando las proporciones, desde las nacionales y hasta las representativas del equipo deportivo de nuestra preferencia, son una imagen que nos provoca emociones, por lo general, loables.
Pero también existen los símbolos incorrectos. Esos que reúnen los peores motivos y las peores emociones humanas. Diferenciarlos no es tan complicado: todos sabemos que su significado se relaciona con la discriminación, el odio, la opresión y el racismo. Exhibirlos sintetiza la cancelación de las libertades y la intención de dividirnos, aunque no tengamos ningún motivo para hacerlo.
Las redes sociales se han llenado de grupos que pretenden darle una nueva vida -y, por lo tanto, un impulso- a esos símbolos, apostando a la falta de memoria por parte de las generaciones más jóvenes. Llegan a tales excesos como tergiversar la historia en aras de engañar y de sembrar rencor. Cada vez es más frecuente que tengamos casos en los que se han roto límites que ya habíamos establecido en nuestras sociedades, con el fin de proteger derechos y condiciones de igualdad y de equilibrio. Pero estamos en un cambio de época en el que las viejas intenciones no están pensando en darle el paso a las nuevas ideas que nos permitirán progresar.
Un caso nacional, que nos debe preocupar a todas y a todos, fue la portada electrónica de una revista en la que se usó uno de esos símbolos vergonzantes con una equivocadísima intención electoral para afectar a una persona pública. La reacción de rechazo estaba más que justificada y las disculpas posteriores, así como el retiro de la imagen, hizo poco para calmar la indignación general.
Se ha hecho fácil en México, y en otros países, lanzar insultos y mentiras bajo la justificación de la libertad de expresión. Siempre será mejor que tengamos el espacio para manifestar nuestras opiniones, sin importar qué tan fundamentadas están; lo que es cuestionable es que se abuse de un derecho para propagar imágenes que representan todo lo contrario.
Claro que podemos disentir y eso provocará que no compartamos el mismo punto de vista; eso es lo sano en una democracia, pero ¿no existen muchas maneras de manifestar descontento sin tener que recurrir a evocaciones de los periodos más siniestros de nuestra historia como humanidad?
Existe una frontera importante que debemos tener bien identificada en nuestro comportamiento y esa es la de evitar acciones que solo buscan un fin, sin que sean relevantes los medios. Ese es el fundamento del odio y nada bueno le ha traído a nadie, en ninguna época, ni en ningún lugar. La moral es una guía y también un código de conducta.
El límite se encuentra en el respeto y en la tolerancia que debemos mostrarnos los unos a los otros. La mayoría vivimos los mismos problemas y deseamos encontrar sus soluciones lo más pronto posible. Se trata de hacerlo en conjunto, no pisoteando al de enfrente o descalificando su integridad por su origen o sus pensamientos.
Se equivocan quienes pretenden amplificar un supuesto malestar que solo vive en internet o que puede escucharse en ciertos segmentos de la población. Ni siquiera ahí hablamos de un deterioro o de una cancelación de libertades.
Lo que sí parecen buscar los promotores de la división es la molestia suficiente que les permita regresar a posiciones en las que puedan negociar lo que les favorezca, como ocurrió en el pasado reciente. Igual que en otros ejemplos que se viven hoy en otras naciones, lo que realmente les ocupa es emplear el miedo suficiente para volver a tener relevancia y si para eso se deben construir nuevas mentiras, así lo harán.
Sin embargo, como sucedió con esos regímenes que emplearon esos terribles símbolos, la derrota es su único camino. Y no es la de sus intereses o de sus opiniones nada más, sino la de una forma de ver la vida en la que solo se puede incluir a quienes se ven o piensan como ellos. Eso no es libertad, ni tampoco avance, es simplemente perseguir la desigualdad al costo que sea, incluso si eso significa hacer realidad la peor de nuestras pesadillas.