Los efectos visuales y su impacto en la narrativa

Boris Berenzon Gorn aborda el impacto de los efectos visuales en la narrativa en su columna. No te pierdas sus reflexiones sobre este tema fascinante.



A medida que la animación y los efectos visuales mejoran y se perfeccionan las técnicas de su producción gracias a programas más complejos y completos, así como al creciente auge de la inteligencia artificial, podemos presenciar verdaderas obras de la ingeniería moderna en el cine, la televisión o las redes sociales. Las películas de nuestro tiempo nos trasladan a panoramas que parecen impresionantes: el espacio exterior, la tierra llena de dinosaurios, seres mágicos y míticos, kilómetros bajo el agua y un sinfín de lugares que nutren la imaginación y la experiencia visual y sonora.

La industria del entretenimiento nos ha venido acostumbrando a gráficas de primer nivel y nos conduce a una inmersión cada vez mayor en la pantalla. En ese panorama, el espectador se vuelve más exigente, difícil de engañar, más meticuloso con la credibilidad de los efectos y su parecido con la realidad; en suma, busca realidades alternativas a las que se pueda acceder a través de los sentidos. La realidad virtual también está creciendo: su aplicación en videojuegos, simulaciones científicas y entrenamientos se ha popularizado en los últimos años, demostrando que para el usuario es importante convencerse de que se encuentra en un mundo digital alternativo al que habita realmente.

Pero al igual que ocurre con otros casos de sobreexposición sensorial, el encuentro permanente con mejores gráficas y efectos visuales genera una desensibilización que conduce a mayores exigencias y poca atención a los detalles. Buscamos experimentar efectos más impresionantes; el entretenimiento se basa en ofrecernos experiencias sensoriales, las películas más comerciales de Hollywood invierten cantidades exorbitantes de dinero para lograr atraer a un público que piensa que una producción que valga la pena debe ofrecer buenos efectos visuales.

Decantarse por la experiencia sensorial puede ser popular, pero dice mucho de los problemas de nuestro tiempo. ¿Cuál es la importancia de contar una buena historia?, ¿qué tanto depende la experiencia estética de la realidad?, ¿qué tanto de la verosimilitud? Si pensamos en el teatro griego, seguramente no nos vendrá a la mente la habilidad de los antiguos para construir escenarios portentosos y mucho menos hiperrealistas. La caracterización de los personajes podía depender de un poco de pintura o algún disfraz rudimentario y, de hecho, esa fue la realidad del teatro durante siglos: una buena la historia e interpretación frente a una pobre representación de la realidad que resultaba más bien simbólica.

Esto no significa que la inmersión no ocurriera. Por el contrario, el teatro tenía y sigue teniendo la capacidad de adentrar al espectador en un universo alterno al propio, sentir junto al actor, vivir la tragedia en carne propia, alegrarse con la comedia tanto como con su propia vida. Porque la inmersión no dependía de la capacidad de emular la realidad o de construir entornos imaginarios hiperrealistas, sino de lograr una conexión con la historia. Lo que importa es crear una experiencia estética desde la verosimilitud para movilizar las emociones y la razón. Es un mundo donde el argumento importa, donde lo banal y lo superfluo no son protagónicos.

Cuando pensamos en el desarrollo de los efectos visuales y la promoción de la recompensa sensorial, nos preguntamos qué tanto hemos perdido la capacidad para apreciar y exigir una buena historia, para diferenciar lo banal de lo profundo, para hacernos preguntas críticas sobre el contenido que consumimos. Viene a la mente un ejemplo interesante por su popularidad reciente: la famosa saga del Planeta de los Simios. Hace un mes, poco más o menos, se estrenó otra de las películas que se hicieron para revivir el famoso éxito de 1968 y sus secuelas de los setenta, después del terrible fracaso que la franquicia experimentó en 2001.

Las nuevas películas que comenzaron a producirse en 2011 han sido en general bien recibidas y cuentan con efectos visuales dignos de nuestro tiempo. Sin embargo, al examinarlas con cuidado, notaremos profundas pérdidas argumentativas en estos largometrajes al compararlas con los clásicos, que está por demás decir, carecían de efectos impresionantes e incluso de presupuesto. Con todo, se planteaban importantes cuestiones filosóficas y sociales, se echaba mano de los conocimientos de la física teórica y se mostraban paradojas que exigían una mente crítica y sagaz.

¿Qué dice de nuestra sociedad el contenido que consumimos? Habla de nuestros valores, de la importancia del instante, del capital, de la recompensa inmediata, de la desensibilización ante la violencia y la experiencia artística, de la carencia del ejercicio del pensamiento crítico y la duda. No es que no debamos consumir contenido comercial, pero vale la pena diversificar nuestras opciones. Tal vez si renunciamos a lo impresionante, podamos descubrir lo extraordinario.