Machismo y corrupción

25, enero 2023

Catalina Noriega

A María Elena Ríos, el 9 de septiembre del 2019 le cambió la vida. Su expareja, Juan Antonio Vera Carrizal, mandó a cinco emisarios a matarla arrojándole ácido muriático. La joven de 28 años no murió, pero desde entonces, ha vivido un calvario interminable.

El atentado lo sufrió en su casa de Huajuapan de León, Oaxaca, y los sicarios iban encabezados por el hijo del tal Vera, quien hasta ahora está prófugo. Los demás están en la cárcel.

El agresor resultó un “empresario y político”, que por lo visto tiene fuertes raíces e influencias en el estado. Por lo pronto, las económicas. Vera Carrizal fue diputado del PRI, partido que lo expulsó cuando agredió a María Elena.
De profesión saxofonista, el impacto de las quemaduras que le provocó el ácido, no solo le desfiguró el rostro y el cuerpo, sino que ha requerido de múltiples intervenciones quirúrgicas y de un largo tratamiento. Podemos imaginar los dolores terribles y la magnitud de las cicatrices que dejan estos químicos.

Hay que ser un auténtico sátrapa, inhumano y vil hasta lo indecible, para atacar de esta manera a una mujer que puso fin a una relación que debió ser muy dañina, en vista de la personalidad del individuo. Gravísimo que el juez, Teódulo Pacheco, le diera prisión domiciliaria a Vera, el pasado fin de semana, con absurdos argumentos. Ella lo vio venir tras una audiencia previa en la que percibió que había ya algún arreglo.

La moción judicial provocó un fuerte escándalo. Cómo es posible que se liberara -en pocas palabras- a un asesino quien, además, de acuerdo a los relatos de la víctima, ha prometido que la va a matar. Le pareció poco el daño hecho y las amenazas no han cesado.

Gracias a la indignación generalizada, hasta el gobernador Jara intervino para solicitar que se diera marcha atrás a la resolución. El problema está en que así se sanciona a quienes atacan a las mujeres, en un país en el que, un machismo vigente, potente y poderoso, ocupa hasta el último resquicio de la vida, en todos sus ámbitos.

Se habla de palabras mayores en cuanto a la dimensión del delito de intento de homicidio y sus terribles consecuencias. Agredir a una mujer con ácido es de una maldad inaudita. Supone el condenarla a una vida de angustia, del trauma que va desde el verse desfigurada frente a un espejo, al que así te observen los extraños y te condenen al tener que existir ocultándote detrás de una máscara.

El caso de María Elena, desafortunadamente no es único. En un territorio con un número de feminicidios aterrador y en alza constante, los ataques a las congéneres son cada vez más brutales y violentos.

Poco o nada ayuda un sexenio en el que la máxima autoridad ha demostrado con creces, su misoginia y desapego por cualquier cosa que provenga de un género, al que, sin duda alguna, considera inferior. Tampoco se siente el mínimo apoyo o respaldo de la encargada oficial del tema, una señora que hasta su nombre es difícil de recordar. A Nadine Gasman, o algo así se apellida, jamás le he oído una declaración en respaldo de alguno de los tantos atentados contra al que condenan a ser “sexo débil”. ¿Y las pseudo feministas de morena? Ni pío. No se les ha visto una acción, una estrategia a favor de sus congéneres, en todo el sexenio del macho mayor.

Habrá que cobijar a María Elena Ríos y apoyarla en esta batalla contra su inmundo agresor, cuando menos como un ejemplificativo de que puede haber justicia.

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