Mujeres: batalla sin tregua

8, marzo 2023

CATALINA NORIEGA

El feminismo como la democracia se ejercen. No se trata de vivir en competencia con el hombre, en un debate estéril sobre quién es más valioso o competente. Se trata de alcanzar esa igualdad que, por siglos se le ha negado a la mujer, en todos los ámbitos de su vida pública y privada.

Que ha habido logros, ni duda cabe, pero siguen siendo por completo insuficientes para alcanzar el objetivo de ser y tener un trato parejo. En México, el machismo sigue teniendo plena vigencia -como en muchos lugares del mundo- y, a pesar de que se ha abierto brecha en el campo legislativo y hay conquistas que ya resultan irrenunciables, la misoginia y el desprecio al considerado “género débil” son cotidianos.

La administración en turno, en particular, está presidida por un personaje que destaca en las lides del más abyecto y ancestral machismo y que confirma su odio a las mujeres -así sólo sea inconsciente-, con absoluta frecuencia. Se podría decir que no hay día que no agreda, minimice o sobaje a alguna, aunque después a la herida le quiera poner una gasa -para que se cierre. Los ataques a periodistas, como Denise Dresser, rebasan lo más encarnizado de las muestras del odio y el rechazo hacia una persona, sobre todo si se tiene en cuenta que provienen nada menos que del presidente de una república.

Con la valentía que la caracteriza, la comunicadora y académica ha pedido un amparo en contra de su agresor. Contabilizó 87 menciones negativas, desde las mañaneras, en las que la atacó como acostumbra, sin fundamento y escupiendo veneno. Lo peor es que el susodicho actúa de forma tan violenta, que contagia a sus lacayos y ciegos seguidores, quienes en una manifestación atacaron verbalmente a la Dresser, obligándola a salir del zócalo. Del dicho al hecho hay un corto trecho y debería ser materia de acusaciones penales el que, un ejecutivo federal azuce a la población en contra de un ciudadano, porque ¡lo critican! Habrá que ver si el amparo prospera o se queda durmiendo el sueño de los injustos, en el escritorio de cualquier servil a la 4T.

Otra mujer en la mira de sus revanchas enfermizas, es la ministra Norma Lucía Piña Hernández, actual presidenta de la Suprema Corte de Justicia. Del poder autónomo e independiente, ha dicho tal cantidad de barrabasadas, que pintan de cuerpo entero su rechazo a la Constitución y al Estado de Derecho. Insiste en que, de los cuatro ministros que él nombró, dos le han fallado, porque no han obedecido su línea. Solo Loretta Ortíz y la indeseable de Yasmín Esquivel, lo han obedecido. Es decir, la división de poderes es inexistente y el tiene derecho de controlarlos y avasallarlos.

¡De no dar crédito!

A la ministra Piña la trae entre ceja y ceja por no doblegarse a su mandato y dejarle en claro que, como cabeza del Judicial tiene el mismo peso que la cabeza del ejecutivo o el legislativo. Al fin desapareció del panorama de la corte el lacayuno Arturo Zaldívar, vergüenza de incondicionalidad a un tlatoani que lo trataba como a su perro faldero.
Tenía que ser una mujer, con la impecable trayectoria de Piña, la que pudiera volver a poner en alto el nombre de la Suprema Corte y devolverle su sentido. La división de poderes es nuestra última esperanza, frente al autoritarismo del dictadorzuelo misógino.

Es el diario batallar de las mujeres que empiezan a conseguir el verdadero cambio. Un frente de guerra que tiene que estar siempre activo.

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