FRANCISCO FONSECA N.
Viene a colación el tema de la contaminación ambiental, llamado también polución, envenenamiento, infición; diríamos destrucción, muerte. Viene a colación porque en la Ciudad de México ya estamos viviendo las jornadas más difíciles de cada año, es decir, los días más contaminados. Habitualmente esto ocurre desde noviembre y hasta finales de mayo. Se le llama la "época del estiaje o de sequía". Llegar a encontrarnos en el extremo de la fase dos es encarar los más duros problemas respiratorios y, por ende, afecciones irreversibles.
El año 2023 está terminando con todas sus penurias, su inseguridad, sus miles de muertos, su ausencia de seguridad social, y sus mentiras. Y 2024 inicia difícil. Y la contaminación aérea, ¿qué tal? Nada se puede hacer para detenerla. Prácticamente, es un problema sin solución. A mediados de junio se iniciará la temporada formal de lluvias y se limpiará la atmósfera un poco. Pero ya habremos vivido inmersos, por lo menos 6 meses, en la burbuja contaminante y asquerosa.
En anterior ocasión mencioné que en la zona norte del valle de México yacían más de 35 mil fábricas con más de un millón de trabajadores.
Sabido es que los vientos diarios soplan del norte hacia el sur, introduciendo los polvos y porquerías a todo el Valle de México, es
decir, el Distrito Federal y los municipios conurbados. Y por el sur, el oriente y el poniente la zona está rodeada de montañas, por lo cual
difícilmente sale la contaminación; se estanca, se inhala, y se va hasta el cerebro.
Lo que también dije es que hace unos 25, Ramón Ojeda Mestre me confió la realidad del problema: la contaminación no la producían los
vehículos automotores, en 80 por ciento (como se informó en 1989), si no las fábricas, en un 92 por ciento.
Declaración gruesa, difícil, comprometedora. Sin embargo, es cierta. ¿Pruebas? Observe usted como cada Semana Mayor, en la que salen
del Distrito Federal, por lo menos la mitad de los vehículos, los índices estarán igual que ahora, le arderán los ojos, sentirá reseca la garganta
y demás. O sea, que las fábricas siguen arrojando sus humos al aire, y no puede decretarse Un Día sin Fábrica porque la maquinaria se
detiene, y el industrial explotador dirá: Si hoy no abro, no pago. ¿Y tendrá la culpa el obrero menesteroso, el patrón desalmado o la autoridad condescendiente?
Puedo asegurar que es imposible trasladar, vaya, ni siquiera, la décima parte de las fábricas con sus empleados. ¿Cuál población puede recibir a 50 mil personas y brindarles vivienda, servicios públicos, escuelas, áreas verdes, comercios, abasto? Ninguna. Comprendo a las autoridades. Hablar con la verdad, tener la capacidad, es difícil. Y sobre todo, cuando el problema se inició hace unos 50 años; pocos recordarán que había entonces un llamado Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu quien tenía bajo llave los permisos para construir fraccionamientos, y quien duró en su encargo más de 14 años, pero fue removido.
Creo que la solución está muy lejos de darse. Pero sí debemos estar conscientes de nuestra realidad, de nuestra atmósfera, de nuestros organismos. Habitamos una de las ciudades más grandes y extendidas del planeta. Y de las más contaminadas.
Los mexicanos hemos construido esta ciudad casi en un nido de águilas y hasta aquí hemos traído nuestras realidades. No estamos ubicados, como otras metrópolis, a la orilla de ríos, lagos o del mar, para con ello disfrutar o permitir que la brisa o el viento se lleve los mortales contaminantes.
Tenemos que subir y con muchísimo esfuerzo hasta este nido de águilas, volúmenes impensables de agua y cantidades exorbitantes de abasto. Pero lo hemos hecho. ¿No podríamos hacer esfuerzos sobrehumanos para detener esta contaminación absurda y aberrante? Estamos ya en 2024. Seamos sensatos: recordemos que el cielo es azul, que las estrellas brillan de noche, que el aire es un bálsamo y que nuestros descendientes merecen vivir decentemente y con limpieza de espíritu, de cuerpo y de mente.
Fundador de Notimex
Premio Nacional de Periodismo
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