De la datofrenia al pensamiento crítico: retos del mundo digital

Boris Berenzon Gorn Quienes hemos luchado con la datofrenia (esquizofrenia por los datos) a lo largo de los años y hasta por décadas, tenemos un postulado básico: el dato, la información aislada, la fecha, el nombre o el lugar son completamente inútiles sin su interpretación. Ese pensamiento lo inculqué por décadas en mis alumnos, sobre

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Boris Berenzon Gorn

Quienes hemos luchado con la datofrenia (esquizofrenia por los datos) a lo largo de los años y hasta por décadas, tenemos un postulado básico: el dato, la información aislada, la fecha, el nombre o el lugar son completamente inútiles sin su interpretación. Ese pensamiento lo inculqué por décadas en mis alumnos, sobre todo entre los más jóvenes, quienes, por herencia de un sistema educativo basado en la acumulación de información, veían en la historia un cúmulo inmenso de anécdotas inútiles e interesantes para abrir conversación o poder pasar por “cultos”.

Desafortunadamente, conforme las preguntas se multiplican, al final de cuentas nos topamos con que la información es apenas un suelo potencial, un campo donde pueden germinar las ideas y el pensamiento crítico, claro está, si se inserta una semilla, se le cuida y riega cuidadosamente. La información es importante, obtenerla y acumularla es necesario, pero sin duda es solo el primer paso. A la acumulación de la información debe seguir el cuestionamiento sobre su origen, la forma en que se produce y reproduce, su finalidad y el sentido de su presentación.

Posteriormente, comienza el camino más complejo: la interpretación. Cuestionar críticamente, poner a prueba lo que se cree saber, preguntarse sobre los postulados que generan significados y relaciones, categorías y conceptos, y finalmente, producir ideas nuevas a partir de lo ya conocido, admitiendo que la misma información ofrece un número infinito de posibilidades. El camino es arduo, pero en medio de la era de la información, estamos más que nunca expuestos ante el problema de la generación de conocimiento, pues hay un relativo consenso sobre el aparente agotamiento de la investigación ya que todo puede saberse usando Google o las nuevas herramientas de inteligencia artificial.

Los y las educadores se quejan constantemente de los “peligros”, del duro golpe al proceso de enseñanza-aprendizaje que ha asestado la tecnología y se esfuerzan por idear formas para evitar el su uso, generalmente mediante el retorno al pasado y sus métodos como el trabajo presencial y la escritura a mano. El temor que despierta el punzante peso del mundo digital se agrava por su facilidad de acceso, un smartphone con acceso a internet no es difícil de hallar en las manos de adolescentes y hasta de niñas y niños.

Y surgen las preguntas, ¿ha muerto la enseñanza?, ¿los educadores serán burlados por las ventajas generacionales de los jóvenes en el uso de las TIC´s?, ¿serán las tecnologías culpables del predominio de la estupidez futura? Aunque parezcan dudas apremiantes, la realidad es que no lo son tanto, de hecho, no es la primera vez en la historia que aparecen. La mayoría de las transformaciones tecnológicas han despertado opiniones puristas de pesimismo y muerte del pensamiento crítico, incluso con respecto a adelantos tecnológicos que hoy son considerados esenciales para que exista.

El libro impreso fue uno de ellos y se pensaba, curiosamente, que dilapidaría el pensamiento permanentemente, que vulgarizaría la información y permitiría que cualquier pelmazo pudiera publicar sus erróneas creencias. Sabemos que de hecho cualquiera puede publicar un libro impreso, igual que sabemos que en internet hay una cantidad de información inconmensurable y que la calidad de la mayoría es cuestionable. Pero ni la imprenta, ni la máquina de escribir, ni siquiera Wikipedia han exterminado el pensamiento crítico. Parece que es exagerado culpar a las IAs y en especial al popular Chat GPT del fin del conocimiento y la educación.

Las herramientas con que contamos actualmente facilitan muchos procesos, pueden reunir, jerarquizar y seleccionar enormes cantidades de información, exponerlas comparativamente y encontrar con precisión respuestas a preguntas muy específicas. No es necesario que memoricemos el inicio y final de la Segunda Guerra Mundial si tenemos un teléfono con internet. Sin embargo, saber las fechas clave del conflicto no significa que seamos capaces de comprenderlo, de generar preguntas nuevas y platear cuestionamientos éticos, ontológicos o epistemológicos.

Los jóvenes están perfeccionando sus capacidades para hacer prompts y lejos de detenerlos debemos fomentarlos e incitar el pensamiento crítico. Es baladí prohibir las tecnologías o inculcar temor a su alrededor, debemos ser capaces de aprender a utilizarlas y explotar al máximo sus posibilidades, a dudar de las respuestas, generar nuevas preguntas, diseñar metodologías y comparar propuestas teóricas y hasta filosóficas.  Lo que se requiere es creatividad, darle la vuelta al problema y en vez de ponernos inquisitoriales; aprovechar lo que nos hace humanos.