¿Dónde está la justicia?

25, marzo 2023

FRANCISCO FONSECA

Decía León Felipe que “aquel estrafalario fantasma de La Mancha había salido al mundo a gritar desaforadamente una palabra olvidada por los hombres: ¡Justicia, Justicia, Justicia!”. Y hoy, millones de mexicanos replicamos lo mismo en cada rincón del país, mi país.

El agudo periodista y escritor húngaro Elie Wiesel (1918-2016) escribió un artículo acerca del presidente francés François Mitterand, decía que “su sensibilidad por la justicia solo podía provenir del espíritu crítico; que a lo universal se llega cuando la justicia es convicción resultante de un carácter educado en el pensamiento filosófico, en la sensibilidad por la historia que inevitablemente conduce a la tolerancia, y en la congruencia al actuar, elevada a guía espiritual en el estilo de gobernar”.

Pero ¿qué es la justicia? Los diccionarios jurídicos nos dicen que es la virtud de dar a cada quien lo que le corresponde o le pertenece de acuerdo a número, peso o medida; de ahí que hacer justicia a una persona es obrar en razón moral con ella, o tratarla según el mérito sin atender a otro motivo, especialmente cuando hay competencia o disputa.

Por supuesto, la idea de justicia lleva aparejada la del sentimiento humanista, la de igualdad, la de nobleza, la de generosidad. Hoy en México, las autoridades encargadas de administrar, procurar e impartir justicia incumplen grandemente con su responsabilidad. La verdadera justicia exige de quien juzga honradez de conciencia y autoridad moral a prueba de todo; estricto conocimiento de lo que constituyen el Derecho y el espíritu de la ley. El hombre de leyes, el jurista tienen pues un papel social decisivo en nuestros días.

El individuo, el hogar, la familia, el trabajo, la educación, el bienestar, la seguridad deben estar protegidos por la ley. Pero pareciera hoy en día que ocurre exactamente lo contrario, es decir están desprotegidos por la ley. Y en estos tiempos electorales, la justicia trabaja a modo de quien gobierna, en beneficio de sus intereses, y en perjuicio de las corrientes opositoras.

Los acontecimientos recientes ocurridos en el país han hecho que continuemos sorprendiéndonos; no hemos perdido aun nuestra capacidad de asombro. Enfrentamos a las fuerzas de la oscuridad que medran en el anonimato y que hacen una permanente labor de zapa, labor que está a punto de producir una desestabilización social.

Hoy, las instituciones encargadas de la justicia deben convencer de las bondades del sistema a una sociedad incrédula. ¿Cómo? Con cuatro acciones sencillas: simplemente se debe hablar con la verdad; actuar con la ley en la mano; invitar a la comunidad a participar; y ejercer debidamente el mandato que les ha otorgado la sociedad. Estas cuatro razones no son simples frases, son las únicas posibilidades de que el barco se enderece, y después, llevarlo a aguas tranquilas. Pero todo esto está muy lejos de cumplirse.

Hay que limpiar las calles de los delincuentes de afuera y sacudirnos a los de adentro. Estos últimos son más peligrosos porque son los que desvarían en el ejercicio de sus deberes y llevan al país a la desestabilización haciéndole el juego a los otros mexicanos. Esto no puede seguir así. Los cambios de mandos que se han dado no han funcionado ni seguirán funcionando mientras la cabeza siga pensando solamente en sí. Los cambios deberán ser provechosos siempre y cuando crean en la verdad, la ley, la comunidad y la soberanía popular; como lo pensaba Mitterrand, “la justicia es convicción resultante de un carácter educado en el pensamiento filosófico, en la sensibilidad por la historia que inevitablemente conduce a la tolerancia, y en la congruencia al actuar, elevada a guía espiritual en el estilo de gobernar”.

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