Y si Dios fuese mujer, y a lo mejor lo es…

26, marzo 2023

FLOR YAÑEZ

Hace algunos ayeres cuando vivía en Montreal, me conmoví profundamente al prender la tele y ver la noticia de que el Papa Juan Pablo II había muerto. Llegaron a mi mente recuerdos de mi infancia, cuando un día previo a la visita de este personaje a la ciudad donde crecí, pernocté al lado de mi madre en la calle por donde pasaría, para saludarle y atender su misa.

Fue tanto el impacto de ese día que años después tuve la oportunidad de acudir a la Jornada Mundial de la Juventud en París para verle y así ocurrieron otros eventos más donde pude atestiguar su presencia. Mi infancia y adolescencia de alguna manera estuvieron vinculadas a ese personaje y al conocer de su muerte, fue entristecedor. Días después en esa ciudad canadiense mientras tomaba café con un buen amigo, entramos en debate sobre si era correcto o no que las mujeres pudieran convertirse en sacerdotisas católicas.

En mayo de 1994 ese Pontífice había escrito la carta apostólica “Ordinatio Sacerdotalis”, declarando que la Iglesia no tenía en modo alguno facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres y ese dictamen era definitivo para los fieles de la Iglesia, por ser un asunto que afectaba la constitución de la Iglesia. Esa institución milenaria tenía sus reglas bien asentadas y sus decisiones al parecer eran inamovibles. Mi respuesta en ese entonces fue que si ya estaban esas tradiciones y reglamentos de antaño, debían respetarse, y si una mujer quería “subir de rango”, debía cambiarse de religión.

Mi compañero se asombró ante mi respuesta y me dijo que estaba terriblemente equivocada. Al escucharle sus razones me di cuenta de que, aunque me asumía feminista, no lo era y ese fue un shock más profundo que la muerte del Papa. La Iglesia Católica ha ejercido por milenios una violencia cultural invisible que se transmite de generación en generación, que impide que exista equidad de género.

En 2016, el Papa Francisco ratificó el texto de Juan Pablo II diciendo que, a pesar de los avances, las mujeres probablemente jamás serán sacerdotisas, pero que sí podían leer la palabra de Dios y distribuir la comunión. Esta decisión supuestamente no se trata de discriminar a las mujeres, sino que como los apóstoles y el magisterio eran todos hombres, la exclusión de las mujeres estaba en armonía con el plan de Dios para su Iglesia.

Es evidente que esta institución pierde poder cada día y, por consiguiente, “clientes”. No podemos regresar al siglo pasado y a sus tradiciones, por lo contrario, las instituciones deben ajustarse a los cambios sociales del presente. Quisiera pensar que Dios es feminista y que le molesta el sistema de opresión impuesto por hombres, que se basa en las diferencias entre los sexos desde su nacimiento, y respecto a las desigualdades, que le hastían profundamente.

Se cree que Dios es hombre, pero hay quienes creen que es mujer o que no tiene sexo y si fuera así, ¿se caería toda la estructura milenaria de la Iglesia? Lo cierto es que cada día la información y los derechos derrumban creencias. Me encantará observar de cerca los cambios a los que se tendrá que someter la Iglesia para incluir a las mujeres plenamente en igualdad de derechos con lo hombres y a mi amigo canadiense, gracias por ayudarme a ser feminista.